Como a Nicolas Cage en la película cuyo título da nombre a esta entrada, la suerte no ha sonreído a los inversores en 2016, y en todas las ocasiones en las que la fortuna ha intervenido, lo ha hecho para mostrarnos algo parecido a la pareja de dados que desde el tapete miraban burlones a nuestro incrédulo protagonista.
Brexit, Trump, referéndum italiano…Cada cita ha venido acompañada de un sobresalto inesperado, con consecuencias a la postre no tan negativas, pero que cuando tuvieron lugar, parecían presagiar lo peor.
Precisamente, los malos augurios,
el temor a una hecatombe financiera, es lo que más ha afectado todos los que nos movemos en los mercados. Sin excepción. Ese miedo que paraliza la toma de decisiones, que provoca bruscos cambios de orientación, que hace dudar de lo realizado, y que suscita la mayor de las desconfianzas.
El miedo, un basilisco al que no miramos directamente pero que, como en las películas de Harry Potter, petrifica a los que ven su reflejo. Y en lo que nos ocupa ahora, un reflejo que hemos podido contemplar impreso en letras color salmón, en internet, o en cientos de artículos donde se nos advertía de poco menos que el fin de los tiempos.
Son incontables las veces que durante estos meses he leído que existían enormes similitudes entre la situación actual de los mercados y la vivida en la crisis de los tulipanes del siglo XVII, de 1929, 1987, 1998, 2001, 2008… Y qué decir de los titulares que nos prevenían del fin del mercado alcista secular que comenzó en el siglo XIX y que, ¡oh casualidad!, había finalizado días atrás.
En estos momentos, puede parecer una exageración pero
la reiteración de mensajes alarmistas afecta sobremanera al sentimiento de los inversores que, como hemos podido comprobar este año,
es una de las variables más importantes a la hora de analizar el comportamiento de los mercados financieros. ¿Cómo explicar, entonces, que hace poco nadie quería bancos y petroleras, y que ahora estén presentes en muchas carteras modelo? ¿O el hecho de pasar de temer la deflación a considerar más que probable un repunte inflacionario a nivel mundial? Expectativas basadas más en sentimientos que en datos concretos.
Finaliza un año complicado, plagado de circunstancias imprevistas, y con una enorme disparidad en el comportamiento de los distintos activos financieros. Un año
donde el timing y la adecuada gestión del riesgo han sido elementos clave en la gestión.
Un periodo en el que también hemos cometido algunos errores, como el que, en mi caso me llevó a confiar en exceso en estrategias de inversión teóricamente inmunes a los vaivenes del mercado. La realidad es tozuda y me ha demostrado que nadie, ni siquiera gestores de renombre con un impecable historial a sus espaldas, se libran de sufrir su particular annus horribilis.
Afortunadamente,
aquellas estrategias más comprensibles, más direccionales, o previsibles, han demostrado su buen hacer, marcando el camino para el próximo ejercicio. Un nuevo año en que incidiremos en el riesgo duración, en la no inclusión de fondos “nicho”, en la preservación del capital a sabiendas que la volatilidad es inevitable, y en la asignación a renta variable de la parte de las carteras que nuestro perfil de riesgo permita.
Con estas premisas, más una buena dosis de trabajo, sentido común, y por qué no, una pizca de suerte, encaramos con ilusión un nuevo año en los mercados financieros.
¡Feliz 2017!