Estas jornadas veraniegas de calma casi total, volumen reducido y ausencia de datos macro, son propicias para que el personal se abandone y deje pasar las horas, o bien se dedique a "comerse la cabeza", tal como es hoy mi caso.
Lo cierto es que los veranos con bolsa no son veranos. A pesar de estar de vacaciones, los mejores días son los festivos, porque no hay mercado, y por tanto no hay disgustos. Es triste pero es así, y además son gajes del oficio, o sea que no vale queja alguna.
Y veranos bursátiles los he visto de todos los tipos y colores, desde los sencillamente escalofriantes como el pasado, hasta los ligeramente fastidiosos como el actual. Buenos lo que se dice buenos, ninguno. Alguien podría pensar que lo que padezco es una frustración crónica de padre y señor mío, pero la verdad es que no me considero una persona especialmente agorera y triste, así que vamos a echarle las culpas al mercado, que pare ese es inmaterial y etéreo, y no se puede defender.
Lo que sucede es que para bien o para mal, en Bolsa siempre hay una china en el zapato, cuando no una montaña de rocas basálticas encima de las partes pudendas, vamos, algo que te fastidia, poco o mucho, pero lo hace.
Puede ser un desplome inesperado de ese valor que tan bueno parecía, o por el contrario, un subidón de aupa de aquel otro que justo acabas de vender, o como en la situación actual una corrección que no llega y que crees que debería llegar, para lo cual has vendido parte de la cartera y la liquidez te empieza a quemar en las manos. Y si corrige y no has comprado antes, desesperado porque no bajaba, estarás tentado a comprar a las primeras de cambio, con lo cual vuelta a empezar con los problemas.
Ya veis que el verano bursátil da mucho de sí, aunque sería mejor decir que la Bolsa da mucho de sí, las alegrías o tristezas del verano, son las mismas que en otoño, invierno, o primavera, para que no nos falte de nada.
Bueno, por hoy ya vale de terapia, toca currar.
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