Al hilo de esto, quiero recuperar un artículo que publique hace un par de años, que sigue estando vigente.
El peligroso encanto de las palabras (artículo publicado en el diario Deia, en septiembre de 2009)
Como bien nos recuerda actualmente una campaña publicitaria, hay palabras que inequívocamente ejercen un poderoso influjo en nuestro comportamiento. Quien no recuerda haber aguantado demostraciones comerciales sin interés para nosotros con el único e inconfesable fin de llevarnos a casa un simple bolígrafo u objeto similar. Incluso nos vanagloriamos de “engañar” al organizador con nuestra aguda treta.
Sin embargo al comprobar que actos similares se repiten deberíamos pensar que quizá el vendedor no es tan tonto como aparenta, y que quizá nosotros no seamos tan listos.
La clave está en convencernos de algo tan obvio como que generalmente nada en los negocios es gratis, todo está perfectamente estudiado y ponderado, y si se ofrece algo sin aparente contraprestación estamos ante un gancho comercial que busca utilizar ese producto para vendernos otros, o bien lleva aparejado múltiples condiciones y obligaciones que deberíamos estudiar en profundidad.
De hecho, antes que codicia lo que deberíamos sentir ante una oferta aparentemente irrechazable es recelo. No existen los duros a cuatro pesetas, y si no que se lo digan a muchos inversores que han visto evaporados buena parte de sus ahorros por acudir a la llamada de increíbles rentabilidades que escondían auténticas estafas. Por no hablar de las desagradables sorpresas que nos podemos llevar si no miramos con lupa todas las posibles claúsulas que incluyen muchos productos financieros.
En este sentido yo siempre optaría por productos sencillos, es decir, que pueda entender cómo funcionan, qué pretenden, y lo que pudiera suceder si las cosas se tuercen, y ahí la profesionalidad del comercializador es clave.
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