viernes, 18 de enero de 2013

El oro, una fascinación que permanece en el tiempo: la aventura (I)

Desde siempre el oro ha fascinado a los humanos. Su escasez, su color,  lo convirtieron en el símbolo de riqueza por excelencia, por él se desencadenaron guerras o se esclavizaron pueblos enteros, generó mitos y leyendas, y el sueño de El Dorado aún permanece vivo en todos nosotros. Nadie se resiste ante el brillo dorado de una piedra al borde de un camino o en la orilla de un riachuelo, nos agachamos, la miramos con expectación y en apenas unos segundos nuestra mente nos traslada a la California de los años de la fiebre del oro y nuestra imaginación se desborda en una mezcla de aventura y avaricia.

Hoy hemos conocido que en Australia un buscador aficionado ha encontrado una pepita de 5,5 kg de peso usando un detector de metales, es de suponer que este fin de semana la zona va a ser un hervidero de gente  intentando conseguir su particular tesoro.

A este respecto me viene a la memoria una bonita historia que me sucedió a mí mismo y a mis amigos Xabier e Iñaki allá por el final de los años setenta.
Resulta que por aquel entonces nuestro bilbaíno barrio de San Inazio se encontraba rodeado de huertas y solares abandonados, y parte de nuestro diario recorrido entre nuestras casas y el Colegio La Salle discurría por esos andurriales. Para nosotros era un auténtico mundo, con sus montañas (en realidad se trataba de montones de tierra, piedras y escombros procedentes de obras de la ciudad), sus charcas con zapaburus y tritones incluidos y demás.
Como buenos chavales, íbamos siempre mirando al suelo por si encontrábamos algo valioso, un cromo sucio, una chapa de iturri, un billete de tren para lanzar con gomas, una lagartija... vamos cualquier cosa que si hoy una de mis hijas intentara coger le echaría una bronca de cuidado.

De repente, un buen día, entre las hierbas de una de aquellas "montañas" vimos una piedra curiosa, la cogimos, la lavamos en un charco, vimos que brillaba, que era amarilla, mirando alrededor cerciorándonos de que nadie nos había visto la metimos con los libros en la mochila, y creo que aquél día poco nos cundirían las clases. Ni que decir tiene que a la salida volvimos al lugar y encontramos otra que sobresalía de la tierra, pero por su tamaño no podíamos sacar. No había problema, convenientemente escondido, nuestro "tesoro" podía esperar hasta el viernes a la tarde.

Imagino que la semana pasaría lenta, y como no había Internet que pudiera desilusionarnos, mi cabeza ya veía las barras doradas apiladas como en Fort Knox.

Ese viernes, armado con varios destornilladores y un martillo, sí, en aquellos años de barbarie y oscuridad los niños íbamos con esas cosas a la calle sin que nadie denunciara a nuestros padres, desenterramos un pedrusco de varios kilos de peso. Ni qué decir tiene que nuestro martillo era inútil para romper la "pepita" así que convencimos a mi padre para que trajera una porra de 8 Kg de su taller de reparación de coches. De dos porrazos convirtió en añicos la roca y nosotros nos quedamos boquiabiertos mirando incrédulos aquellas piedras brillantes y amarillas a más no poder, a las que mi progenitor increíblemente no dio la menor importancia. Cosas de los mayores, pensamos, y repartimos nuestro botín jurando no contárselo a nadie salvo a un conocido que sin duda corroboraría que estábamos ante una mina de oro.

Varias semanas duró nuestra euforia hasta que sin ningún pudor nos dijo que aquello no era oro, sino calcopirita, posiblemente proveniente de un vertido de escombros de las minas de Miribilla, en Bilbao, como muchos años más tarde me comentaron mis compañeros de la asociación mineralógica Harridunak.
Oro asturianoCalcopirita

Ahora con el pasar del tiempo todavía lo recuerdo, incluso varios de aquellos pedazos forman parte de mi colección de minerales, evidentemente por su valor sentimental. Efectivamente era calcopirita, el llamado "oro de los tontos" , que más de un disgusto ha dado y más de una muerte ha provocado, afortunadamente para nosotros solo supuso un volver a la realidad.

Aunque no se puede comparar con la experiencia anterior, hoy en día el oro como aventura vuelve a estar de moda,  y se organizan a menudo cursos de bateo en ríos asturianos y gallegos. En estos lugares, a diferencia del barrio de San Inazio, sí existe oro de verdad, aunque casi siempre en tamaños milimétricos, no obstante se han sacado buenas pepitas y ya se sabe, la fiebre del oro no la baja ni el más potente medicamento, a mí con sólo escribir esta entrada ya me ha subido la temperatura varios grados.

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